Sentado en su casa. Abre la heladera. Mira. Saca una botella de agua. Cierra la heladera. La destapa. Toma un trago. Deja la botella. Mueve una silla. Se sienta. Toma otro trago de agua.
- Si uno piensa desde donde está parado, habrá que salir para no perderse entre las paredes que rodean…
Sin cerrar la frase. Volvió a mirar. Abrió su billetera. No había más que doscientos pesos. Cerró la billetera. La guardó en el bolsillo del pantalón. Armó unos cigarros. Guardó el resto para después. Se puso la campera y salió. El día se iba ocultando atrás de los edificios. Le dio sed. Mucha sed.
Cruzó la calle. Giró la esquina y caminó hasta el almacén. Al entrar decidió que tomaría. Cruzó la puerta del almacén. La calle de tierra. Las casas bajas. La periferia. El agua en los zanjones. La música saliendo de los ranchos. Empinó un trago y siguió. El sol daba de lleno en los techos y los pocos árboles regalaban la poca sombra en los ranchos.
Antes de llegar a la esquina dos motos salieron desde atrás agitándole los acompañantes sus dedos. Levantó la mano y los saludó. Todavía tenía sed. Mucha sed. Esto no me va a alcanzar pensó y giró para volver al almacén. Prendió y se puso la capucha. Su mano, tatuada. En ella se veía una flor y la palabra pecado en sus nudillos.
- Si no hay futuro, no hay pecado –se dijo y se detuvo mirando la mano. Recuerdos de sus lugares. Sus cicatrices de guerra. Sus cicatrices del estado de sus cosas. Levantó la vista. Parpadeó por el sol. La luz destellando lo cegaba. Se había olvidado los anteojos. Le dio sed. En la pared una cara y delante un santuario. Al entrar al almacén besó su mano y suavemente tocó la pared.
Al salir levantó el tabaco que había dejado sobre la reja del supermercado. Buscó el encendedor haciendo equilibrio con la bolsa. Prendió y se puso la capucha. Todavía estaba. Desató al perro que había dejado atado en árbol y se fue caminando para su casa. El sol se iba escondiendo en la plaza del barrio. Mañana trabajaba. Mañana era otro día. Le dio sed. Mucha sed. Cruzó un auto y desde adentro lo saludaron. Levantó la mano.
- Si no hay futuro, hay que construirlo… -balbuceó y tanteó las llaves del ph. Mañana sería otro día. Mañana habría que seguir. Sea Rusia, Berisso o Nueva York. Mañana a trabajar otra vez y así otro día. La rutina.